Paciente con enfermedad de hígado terminal practicando ejercicio

Una segunda oportunidad para tu hígado.

¿Qué consecuencias conlleva la enfermedad de hígado terminal?

Actualmente, aproximadamente un 20% de personas con enfermedad hepática que están en lista de trasplante mueren o sufren comorbilidades. Sin embargo, durante las últimas décadas ha mejorado el tratamiento de diferentes patologías relacionadas como la hepatitis o el carcinoma hepatocelular, estabilizando la enfermedad y, siempre que sea necesario, provocando un trasplante exitoso. Pese a ello, la mortalidad en estos sujetos sigue siendo alta, siendo comunes condiciones como desnutrición, sarcopenia (pérdida de masa y fuerza muscular), fragilidad e incluso discapacidad.

¿Cómo se relacionan las mismas con mi salud?

Respecto a esto último, la sarcopenia ha demostrado relacionarse de forma independiente con un mayor tiempo en lista de espera para un trasplante y con una mayor mortalidad posterior al mismo, viniendo determinada esta última condición en la mayoría de los casos por sepsis, una infección producida en el torrente sanguíneo. Por otro lado, y aludiendo a la desnutrición, esta se asocia a una mayor mortalidad en personas con cirrosis, así como de encefalopatía hepática (pérdida de función cerebral). Todo esto podría explicar el hecho de que la gran mayoría de la población con enfermedad de hígado muy desarrollada (88%) tengan una aptitud cardiorrespiratoria deteriorada, pese a ser un gran predictor de supervivencia a 1 año vista. Finalmente, y en relación con la fragilidad, esta condición se asociaría con las anteriores, generando un estado funcional bajo y pudiendo desembocar en una situación de discapacidad, la cual es irreversible.

Relación entre la función pulmonar y la enfermedad hepática terminal

Relación entre la función pulmonar y la enfermedad hepática

 

¿Qué soluciones existen respecto a ello? 

No obstante, quizá lo interesante sea conocer que tipo de intervenciones, ya sean farmacológicas o no, pueden ser útiles para su tratamiento. Respecto a las farmacológicas, algunas como la testosterona (cuyos niveles suelen estar bajos con cirrosis) o el fenilcetato de ornitina pueden ayudar, aunque la eficacia de este último aún es baja. Además, para mejorar la masa muscular también podría ser útil la derivación portosistémica intrahepática transyugular. Sin embargo, hasta la fecha, la única herramienta que ha demostrado ser eficaz para mejorar la función física ha sido el ejercicio, el cual debe ir acompañado de un consumo adecuado de nutrientes, como proteínas (1,2-1,5 g./kg./día) y carbohidratos.

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¿Cómo puede ayudar concretamente el ejercicio en la enfermedad renal terminal?

Pese a ser una herramienta con potenciales efectos beneficiosos en esta población, no cuenta con unas pautas concretas para la misma. No obstante, según los ensayos clínicos lo más adecuado parece ser combinar trabajos de resistencia a intensidad moderada y de fuerza, evitando intensidades altas o excesivo contacto, durante un mínimo de 3 meses. Está demostrado que todas las personas, de una forma u otra, pueden beneficiarse del ejercicio, mejorando diferentes parámetros como el control de la glucosa, la calidad de vida, la fuerza y concretamente la hipertensión portal o de los vasos hepáticos en este caso.

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Referencias

  1. Duarte‐Rojo, A., Ruiz‐Margáin, A., Montaño‐Loza, A. J., Macías‐Rodríguez, R. U., Ferrando, A., & Kim, W. R. (2018). Exercise and physical activity for patients with end‐stage liver disease: improving functional status and sarcopenia while on the transplant waiting list. Liver Transplantation, 24(1), 122-139.

  2. Lemyze, M., Dharancy, S., & Wallaert, B. (2013). Response to exercise in patients with liver cirrhosis: implications for liver transplantation. Digestive and Liver Disease, 45(5), 362-366.

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